jueves, 13 de febrero de 2014

[FF] El galope del Potro (3-?)

Capítulo 3

Andrea seguía inmerso en sus tormentosos pensamientos. Inmóvil. Pensó en ir al callejón y enfrentar al hombre con el que había estado hablando su hermano. Como pudo, recobró el dominio sobre sí mismo y dio unos pasos hacia el callejón. Se adentró en él pero no había nadie. “No vi a nadie salir del callejón”. El hombre se había desvanecido, como si se tratara de la niebla que desaparece con los rayos matutinos del sol. El chico revisaba el callejón en busca de algo que pudiera identificar al hombre misterioso. En la azotea de un edificio, aquel hombre lo vigilaba. “Debo tener cuidado con Cavallone”, se dijo a sí mismo. El pelinegro desistió en su búsqueda. Se sentía impotente.
-          ¡Tenía a mi hermano frente a mí y no pude hacer nada! – gritó enfurecido y pateando los contenedores de basura que se encontraban en el lugar, haciendo mucho ruido.
Andrea se sintió sin fuerzas y cayó de rodillas al suelo. Golpeó con sus puños el pavimento del callejón. Lo hizo con tanta fuerza que empezó a sangrar. Seguía culpándose por no haber detenido a su hermano cuando tuvo la oportunidad. El chico continuaba gritando, y unas lágrimas se asomaron por sus ojos.
-          ¡Amigo! ¿Estás bien?
El ojiazul alzó la mirada y miró, con sus hermosos ojos azules bañados en lágrimas, al tipo que le hablaba.
-          Sí, yo…
-          ¡Estás sangrando! Es mejor que cure tus heridas.
-          Enserio, yo estoy bi…
-          No te preocupes, yo te curaré, ¡al extremo!
“¿Qué le pasa a este sujeto?”, pensó Andrea al verle la cara, mostraba un gran entusiasmo, lo que le daba aires de estar completamente loco, así como de cierta estupidez. Al final, como sabía que era imposible persuadirlo, dejó que lo curara. Lo condujo hasta una iglesia.
-          ¿Aquí? – preguntó el pelinegro.
El otro chico le sonrió y abrió las puertas de la iglesia. Le hizo un ademán al ojiazul para que entrara. El chico extraño desapareció. Andrea se sentó en una de las bancas y esperó a que el otro regresara. Mientras, observó el hermoso vitral que se encontraba frente a él. A los pocos minutos, el chico volvió con su botiquín de primeros auxilios. Se sentó a lado de Andrea, abrió el botiquín y le aplicó  en los puños un desinfectante. Cavallone observó al chico, su pelo era negro. Su vestimenta era muy extraña, una túnica negra con detalles de un color amarillo tan intenso como los rayos del sol.
-          Mmm… ¿trabajas aquí? – le preguntó Andrea.
-          Sí, soy un vicario. Soy Knuckles, un vicario y boxeador, ¡al extremo!
-          Eh… claro… Yo soy Andrea.
-          ¿Qué te pasó para que sangraras así? – Knuckles le vendó las muñecas y las manos del ojiazul, dejando las puntas de sus dedos libres – Estabas gritando como loco.
Andrea se paró.
-          Muchas gracias por tu ayuda. Debo irme.
-          Pero sigues herido…
-          Tengo que hacer algo muy importante.
Andrea salió corriendo del lugar. “Chencho no ha de estar muy lejos. ¡Debo apresurarme!”. Salió del pueblo y continúo corriendo por el bosque. Lo atravesó por completo y llegó a una mansión. “Por fin llegué”. Iba a dar un paso hacia la mansión, en la que solía vivir junto a su hermano, cuando vio a 4 hombres trajeados con armas vigilando. “Debo tener cuidado”. Andrea se trepó en un árbol, próximo a la gigantesca casa, y, una vez que llegó a lo alto, tomó vuelo y saltó. Cayó de cara en una de las terrazas.
-          ¡Ay! ¡Eso dolió! – dijo sobándose el rostro, con una lágrima a punto de rodar por su mejilla.
Se paró y entró por la puerta de la terraza sin hacer ruido.
-          Bien, ahora iré a su estudio.
Atravesó la habitación y salió de ella. Caminó por el pasillo y se detuvo frente a una puerta. Puso su mano sobre el pomo de la puerta. Dudó en abrirla. Sabía que si lo hacía tendría que enfrentarse a su hermano y, posiblemente, tuviera que golpearlo. Decidido, abrió la puerta y entró al cuarto. La habitación seguía igual como Andrea la recordaba: el escritorio, la mesa de estrategias, los dos estantes llenos de distintas armas. Se acercó al escritorio y vio un libro.
-          “El infinito que se encuentra al otro lado del agujero de la dona” – leyó – Pero, ¡¿qué rayos es este libro?! – gritó.
-          Interesante nombre para un libro, ¿no crees?
Andrea alzó la vista y se paralizó.
-          Pensé que estarías bajo el cuidado de Vongola – dijo Chencho, mientras caminaba hacia su hermano menor.
-          Ellos no tienen que ver con nosotros.
-          Ellos tienen mucho que ver, querido hermano.
El pelinegro observó a su hermano castaño de ojos del mismo color que él. “Si lo que Chencho dijo es cierto, puede que aquel hombre del callejón pertenezca a Vongola”.
-          Y bien, ¿a qué se debe tu visita?
-          Eso deberías saberlo. Estoy aquí para evitar que cometas un error.
-          ¿Error? ¡El único error ha sido el no haber hecho esto hace tiempo y dejar que otras familias nos aplastaran y trataran como basura!
-          ¡Nunca fue así! Siempre estuvimos neutrales y ellos nunca se metieron con nosotros.
-          ¿Eso es lo que crees? – Chencho caminó hacia la terraza - ¡Ellos mataron a nuestro padre!
-          ¡¿Qué?! Él murió por su enfermedad.
-          Te equivocas, alguien de la familia que te protege lo asesinó.
Andrea se dirigió a su hermano. Cuando lo tuvo frente a él, lo agarró del cuello de su camisa.
-          ¡Eres un mentiroso! No me dejaré engañar por ti. Por favor, hermano, recapacita o tendré que obligarte.
Chencho tomó un hacha del estante lleno de armas, y amenazó con ella a Andrea.
-          No dejaré mi plan sino me matas primero.
Andrea sacó una daga de su pantalón y se puso en modo de defensa. Chencho se abalanzó sobre su hermano, tirándolo al suelo y sometiéndolo con sus piernas que rodeaban las del otro, y con su mano izquierda, inmovilizando las muñecas y manos. Con la otra mano le acercó la daga a su cuello.
-          Qué fácil eres, hermano.
Andrea podía sentir el frío metal sobre su cuello. Chencho le hizo un corte suavemente en la mejilla.
-          No dejaré que lo hagas, hermano, te detendré – decía Andrea mientras su sangre brotaba de la herida reciente.
El castaño oprimió con más fuerza el cuerpo de su hermano menor, haciéndolo gritar.
-          Supongo que no podrás hacer nada si te corto el cuello – dijo Chencho, colocando el filo de su daga sobre su víctima – Descansa, hermano, que yo cuidaré bien de la familia.
Chencho cortó la piel del cuello de Andrea, sin atravesar los huesos o el otro lado de su cuello pero emanando demasiada sangre.
-          Sólo quédate ahí, muere lentame…
Una fuerte explosión, proveniente de la parte baja de la mansión, interrumpió las palabras malévolas de Cavallone. Miró hacia la ventana y vio a sus guardias tendidos en el suelo. De repente, escuchó un estruendo muy cerca de esa habitación y,  antes de que pudiera actuar, la puerta se abrió producto de una bomba, lo que permitió que los intrusos entraran. Entraron 4 hombres, con sus armas en las manos y dirigiéndose sin titubear hacia Chencho.
-          Vaya, vaya. Pero si es Vongola y sus guardianes.
Giotto miró a Andrea en el suelo, con las manos sobre su garganta para evitar que saliera más sangre. Se acercó a él y colocó su cabeza sobre su regazo, cortándose un pedazo de su camisa para envolver el cuello de Andrea e impedir un poco la hemorragia.
-          Ya ni te preocupes por él, Vongola, morirá en poco tiempo.
Andrea se desmayó. Alaude ayudó a Giotto a cargar con el pelinegro.
-          Has lastimado a mi amigo y lo pagarás – sentenció el jefe Vongola mirando con fuego a los ojos del jefe Cavallone, y se fueon.
G cuidaba la espalda de su jefe. Así, el único que quedó en la habitación con Cavallone fue Daemon.
-          Nos volvemos a ver, Spade. Creo que no le has dicho a Vongola todos tus pecados.
-          Te silenciaré antes de que lo hagas. Ya nos volveremos a encontrar y será la última, Chencho.
-          Lo ansío.
El chico piña salió del cuarto, siguiendo a Giotto y a los demás, pero no sabía que alguien lo había escuchado, alguien que pareciera que expandiera sus sentidos a todos lados, como una nube que se expande por el vasto cielo.

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