lunes, 24 de febrero de 2014

[FF] El galope del Potro (5-?)



El fuego producido por la explosión se iba expandiendo entre los árboles. G salió de la mansión
al escuchar el alboroto.
-          ¡Vayan por agua! ¡Debemos evitar que el fuego alcance la aldea! – gritó Giotto.
-          ¡Sí, jefe! -  exclamaron al unísono sus hombres.
G se dirigió a la parte trasera de la mansión donde había mangueras, abrió la llave y corrió, agarrando la manguera, rumbo a lo que ya parecía un incendio. Cavallone  y otros hombres echaban tierra al fuego mientras otros corrían con cubetas llenas de agua. Alaude entró a la mansión y dejó que los pobres mafiosos lidiaran con el problema. Daemon le entró al quite con otra manguera, a fin de cuentas no iba a dejar que la mansión Vongola quedara en ruinas. Al ver Giotto que el fuego no se extinguía, brotaron de su frente y manos unas llamas hermosas, que, a diferencia del otro fuego, eran llamas para proteger y no para destruir. Andrea se detuvo y vio a Vongola apuntando con sus manos al fuego.
-          ¡¿Estás loco?! ¡Si lo haces sólo avivarás más el fuego! – gritó Andrea al rubio.
Escuchó que alguien se le acercaba y de repente sintió un golpe en la cabeza. El pelinegro se sobó el creciente chichón de su cabeza y volteó a ver a su agresor.
-          Éso pasaría si un idiota como tú lo hiciera, pero hablamos del Primo – dijo G con una gran confianza en su jefe.
Andrea miró a Giotto, sus llamas eran muy puras y poderosas. El chico lanzó su ataque y, con un mínimo de esfuerzo, apagó con su abrumador poder las flamas ya existentes. El pelinegro se sorprendió por el dominio que Vongola tenía sobre sus llamas. “Wow!! No es muy fácil el controlar el fuego y hacer lo que él hizo. Por algo él es el jefe de la familia.” Mientras pensaba eso, se escucharon los gritos de emoción y admiración de los subordinados hacia su jefe.
-          No fue nada extraordinario, en serio – decía Giotto un poco avergonzado – Bueno, ya es tarde y mañana hay que trabajar. Vayan a descansar.
Se escuchó un abucheo de parte de sus hombres. Querían seguir haciéndole fiesta al jefe por su hazaña del día.
-          ¡¡¡Nada de “buuu”!!! – les gritó G enojado - ¡¿Cómo se atreven a hacerle eso al Primo, bastardos!?
Y en un segundo el lugar quedó despejado. G era muy temido cuando estaba de genio. Giotto suspiró y miró a los pocos que habían quedado ahí.
-           G, Andrea, Daemon, tenemos una junta pendiente.

Los 4 chicos entraron a la sala de reuniones sin decir nada. A los pocos minutos, Alaude entró bostezando, jaló una silla y se sentó a lado de Andrea.
-          Tardaron más de lo que esperaba para apagar el fuego – dijo el chico bostezando de nuevo.
-          ¡¡Y no gracias a ti, maldito perezoso!!
G mostraba el puño desafiante al guardián de la Nube, sin que a éste le importara si le gritaba o amenazaba.  Giotto observaba a sus dos guardianes con una gran calma.  Tosió, de forma que G se calló.
-          Lo que pasó no fue un accidente, fue provocado por la misma persona que apoya a Chencho, ¿es correcto, Andrea?
-          Sí, antes de que aventara la bomba, él confesó ser quien lo ayudaba pero me dijo que no me detendría si intervenía en sus planes. Dijo que él le daría el golpe final, – guardó silencio unos segundos mientras veía sus manos apoyadas sobre sus piernas – y que si intentábamos arruinar sus ideales nos mataría.
-          ¿No te dijo qué clase de ideales? – preguntó Daemon, quien se arreglaba su extraño peinado.
-          No, pero hay algo que me preocupa sobre este sujeto.
-          ¡Dinos ya, maldición! – exclamó G.
Andrea respiró profundamente. Lo que diría a continuación podría causar tensiones en la familia de Vongola  y odio hacia él, pero tenía que decirlo. Echó una mirada a cada uno de ellos y prosiguió.
-          Por lo que ese tipo me dijo y por lo que escuché antes en el callejón del pueblo, creo que él es parte de tu familia– miró a Giotto fijamente - , y no sólo un miembro cualquiera sino alguien de un puesto alto.
Se hizo un silencio incómodo en la habitación. Giotto se veía muy sereno, como de costumbre.
-           ¿!Cómo te atreves a decir eso de la familia que te ayudó, maldito?! – G se levantó y caminó hacia el pelinegro, dándole un puñetazo en la cara.
Andrea no lo esquivó. “Es lo menos que merezco por desconfiar de Vongola y provocarles tantos problemas”, pensó. Giotto detuvo a su mano derecha, quien todavía tenía la intención de pelear.
-          ¡No me detenga, Primo! – exclamó G tratando de zafarse de los brazos de su jefe - ¡Siempre supe que no era de fiar, déjeme matarlo!
Antes de que Giotto hablara, Alaude cuyo rostro se veía aun somnoliento, echó un vistazo a Daemon, quien veía animado el espectáculo, y volteó a ver a Andrea.
-          Tal vez no esté tan equivocado. Vongola últimamente se ha convertido en una de las familias más poderosas y no sorprendería que algún miembro utilizara eso para su beneficio.
-          Dudo que alguien le sea desleal a Vongola, pero si es así o esa persona es tonta o es muy astuta para hacer semejante cosa – dijo G pensativo, ya calmado.
-          De cualquier forma – Giotto se paró y caminó hacia la ventana, observó el bosque que se expandía alrededor de la mansión – debemos planear una estrategia para detener a Chencho. Eso es lo que más importa ahora.
Cavallone y los guardianes Vongola dejaron de hablar del tema del traidor. Era más que evidente que al jefe le dolía siquiera el pensar en ello, y sabía, muy en el fondo, que había algo turbio en uno de sus hombres de confianza.
-          Digo que para evitar un ataque sorpresa debemos tomar la iniciativa.
-          No es una buena idea, Daemon – dijo Giotto aun viendo hacia el exterior – aún no hay pruebas físicas de que el incendio haya sido planeado por Chencho.
-          Si damos un paso en falso podríamos complicar las cosas, y Vongola sería vista como el enemigo por atacar a Cavallone sin motivo aparente – dijo G.
-          Sólo queda esperar a que él ataque primero – murmuró Andrea.
-          ¿Y si le ponemos una trampa?
-          Mi hermano se daría cuenta enseguida.
-          Entonces vamos a esperar y…
Las palabras de Giotto fueron interrumpidas. Él, que seguía pegado a la ventana, miró cómo las luces de la aldea se iban apagando. Antes de que comentara aquello con sus hombres, la luz de la mansión desapareció. Todo el lugar quedó en una total oscuridad. Ni la luz natural de la redonda luna podría iluminar aquel abismo terrenal.
Rápidamente Giotto y G prendieron algunas velas. No alumbró toda la sala pero al menos se podían ver las caras y no tropezarían con las sillas.
-          Seguro algún fusil se rompió.
-          No se preocupe, Primo, iré con algunos hombres a ver eso y a patrullar,
-          Te lo agradezco, G.
El chico salió de la habitación. Spade se paró. Andrea lo imitó.
-          Con su permiso, iré a mi habitación – el pelinegro se dirigió al rubio.
-          Descansa, Andrea.
Salió de la habitación, pero en vez de ir hacia su cuarto, caminó en dirección a la planta baja, hacia un cuarto de entrenamiento. “Debo seguir entrenando. Posiblemente mañana o pasado mañana o pasado de pasado mañana tenga que ponerme en acción”, se dijo. Mientras, Alaude permanecía en el cuarto, sentado, y con sus ojos entrecerrados debido al sueño.
-          Con lo que pasó, he de creer que no te quedan dudas de quién es el traidor, ¿me equivoco?
Giotto volteó a ver a su consejero externo. Sabía que sus sospechas estaban bien infundadas pero él seguía creyendo en aquella persona.
-          Sabes lo que pienso al respecto, Alaude – contestó sentándose y apoyando sus manos  sobre su rostro – sé que no lo hace sólo por hacer, debe tener su motivo.
-          ¿Aun si ese motivo te pone a tu familia y a ti en peligro?
Vongola no sabía qué responderle, Su Guardián de la Nube se paró con pereza.
-          Si llega el momento de actuar, lo haré aun si no estás de acuerdo – dijo fríamente – A diferencia de ti, yo sí considero grave una traición.
Se dirigió a la puerta, dejando a su jefe pensativo.
-          Ay, Daemon… - suspiró.



Andrea entrenaba, con la luz de unas velas haciéndole compañía. Estaba muy concentrado en tratar de entender los movimientos del látigo. La puerta del cuarto se abrió, y apareció Alaude bostezando. El pelinegro no notó su presencia. El Guardián de la Nube, desesperado, sacó de la bolsa de su abrigo un racimo de uvas, cortó dos y se las aventó al chico en la cara.
- ¿Cuál es tu problema? - exclamó molesto Andrea.
- Dadas las circunstancias, tu entrenamiento será mucho más intensivo y comenzará ahora - contestó Alaude volteándose hacia la puerta - Sígueme. Tienes que entrenar demasiado. Podrás ser el saco de golpear de Longchamp.
- ¿Longchamp?
Andrea siguió a Alaude, atravesando el oscuro bosque en medio de la estrellada noche y del alboroto del pueblo.

miércoles, 19 de febrero de 2014

[FF] El galope del Potro (4-?)

Capítulo 4

Una vez que regresaron a la mansión Vongola, el Departamento Médico llevó a Andrea a un cuarto donde le atendieron su corte en la garganta y detuvieron su hemorragia. Giotto esperaba en el pasillo a que uno de los doctores le informara sobre el estado de su amigo. No esperó mucho a que el doctor saliera del cuarto.
-          ¿Cómo está? – preguntó Vongola preocupado.
-          Nos costó detener la hemorragia…
-          Pero, ¿está bien?
-          Sí, aún está delicado. Lo observaremos los próximos 2 días para evitar complicaciones.
-          ¿Puedo verlo?
-          Está bien- dijo el doctor tras pensarlo un poco – Pero que sea rápido, debe descansar.
Giotto  asintió y, tras agradecerle al doctor, entró a la habitación. Ésta, como era de esperarse, era gigantesca, con las paredes pintadas de blanco y con muchos instrumentos médicos. A lado de la cama, la cual estaba al fondo de la habitación, se encontraba un monitor médico que mostraba los signos vitales de Andrea. Giotto se paró a lado del pelinegro, tomando la mano del chico que parecía estar soñando. Seguro el sueño era mejor que su realidad. Andrea, al sentir la calidez en la mano de Vongola, despertó de su sueño.
-          Giotto – dijo Andrea antes de que el otro chico hablara – Quiero… hacerme más fuerte…
-          Andrea…
-          Por favor, ayúdame. Quiero hacerme más fuerte – Andrea se incorporó de la cama y miró fijamente al rubio – Debo proteger a mi familia, ¿qué clase de hombre sería si no puedo proteger lo que es más importante para mí? Ni sería un hombre, sería, simplemente, una total escoria.
Los ojos de Andrea mostraban una gran determinación. Sus ojos azules brillaban con mucha intensidad, estaba decidido a hacer cualquier cosa por cumplir su objetivo. Giotto suspiró.
-          De acuerdo, la familia Vongola te ayudará a recuperar los días pacíficos de tu familia. Pero por ahora – empujó suavemente a Andrea para que se volviera a recostar – debes descansar.
Tras decir eso, el rubio le sonrió y salió de la habitación. Andrea hizo lo que menos quería hacer: pedir ayuda a Giotto e involucrar más a su familia, pero sabía que sin la ayuda de Vongola no podría hacer mucho. “Definitivamente te derrotaré, Chencho”, pensó; sus ojos volvieron a tomar un brillo intenso.
Dos días después, el doctor le dio de alta. G pasó a recoger a Cavallone a su habitación.
-          Primo encargó que viniera por ti. Sígueme -  el pelirrojo le seguía hablando con un dejo de desprecio.
Andrea le siguió en silencio. Bajaron 2 pisos y llegaron a la entrada. G tomó el pomo de la puerta y se detuvo.
-          Primo decidió ayudarte así que estoy obligado a hacerlo también. Si algo le pasa a Primo por tu capricho con tu hermano, te mataré – dijo amenazadoramente sin voltear a verlo y, tras decir eso, abrió la puerta – Primo te espera afuera.
Andrea se sorprendió al escuchar las palabras del tatuado. “Descuida, Giotto ha hecho mucho por mí, no dejaré que algo malo le pase”, pensó. Salió de la mansión y vio, unos pasos más allá cerca del bosque, a Giotto. Se acercó a él y pudo ver que el rubio tenía algo en las manos, una cosa larga.
-          Buenos días – saludó sonriente Vongola - ¿Cómo te sientes?
-          Excelente, muy motivado. Y… ¿qué es eso? – preguntó curioso Cavallone viendo el objeto del rubio.
-          ¿Esto? – Giotto miró lo que cargaba – Es un regalo para ti – tomó la mano derecha del pelinegro y, con la otra, puso el objeto sobre su palma.
-          ¡Oh! Gracias… - dijo Andrea sorprendido.
-          ¿Es lo único que puedes decir después de que Primo salvara tu inútil vida? – exclamó G con desprecio.
-          ¡¿Qué dijiste, idiota?! – gritó el pelinegro.
-          ¡Me oíste muy bien, inútil!
Giotto colocó su mano en el hombro de G para que se tranquilizara.
-          ¿Sabes usarla? – le preguntó a Andrea.
Cavallone observó lo que tenía en su mano derecha. Era un látigo.
-          Yo nunca he usado un arma. Más bien, se podría decir que no sé manejar bien las armas, sólo por improvisación  – contestó francamente.
G soltó una risa burlona.
-          Como antes no teníamos problemas con otras familias no vi necesario el aprender a usarlas – explicó el pelinegro.
-          Es entendible. No te preocupes, Andrea, estoy seguro que dominarás el látigo en pocos días – dijo alegre Giotto – Además, te conseguí un excelente tutor.
-          ¿Tutor? – Andrea volteó a ver a G, éste le dirigió una mirada asesina. “¡Este tipo no! ¡Seguro me azotará muy duro con el látigo, y no soy un M como para disfrutar éso!”
G negó con la cabeza a lo que imaginó que Cavallone pensaba. Era muy obvio darse cuenta de eso, se reflejaba en la cara del pelinegro. Por un momento sintió alivio.
-          Yo seré tu tutor – una voz fría se escuchó muy cerca.
Andrea volteó hacia donde se escuchó la voz y vio al hombre que había hablado. Giotto se acercó al hombre, saludándolo.
-          Andrea – dijo el rubio – Alaude te enseñará a manejar el látigo.
Cavallone miró a su nuevo tutor. “Este no parece tan malo”.
-          Te lo encargo, Alaude – dijo Vongola caminando hacia la mansión, seguido de G.
-          Está bien, Primo – contestó, y dirigiéndose a Andrea con un tono de indiferencia -  Agarra esa rama –señaló una que se hallaba en el árbol más cercano a él – o al menos trata de acertar un golpe al tronco del árbol.
“¡Tsk, sólo me faltaba que el tipo éste fuera un creído, ya verá por subestimarme!”, Cavallone pensó con una expresión fiera. Tomó el látigo con fuerza y lo dirigió a la rama, sorpresivamente el látigo la rodeó. Andrea ya se sentía orgulloso de sí mismo por haberlo logrado al primer intento, pero al intentar regresar el látigo no midió bien la fuerza y la distancia y el objeto estuvo a punto de pegarle a Alaude, quien con su mano lo detuvo a unos cuantos centímetros de su cara. “¡Rayos!”, maldijo para sus adentros un tanto avergonzado por su propia torpeza. Alaude le regresó el látigo y le hizo una seña para que lo volviera a intentar. Su expresión decía claramente que si, aún por error, intentaba golpearlo él le daría una paliza. Andrea continúo lanzando, golpeando y agarrando con su látigo hasta que el sol se ocultó entre las montañas.
-          Terminamos por hoy – le dijo Alaude bostezando.
Cavallone asintió. Su tutor caminó hacia la mansión y el pelinegro se quedó ahí parado, sintiendo el frío que comenzaba a aflorar en la víspera de la noche. Un ruido proveniente del bosque lo alertó. Volteó y observó hacia el bosque iluminado con una tenue luz de luna. Bastó con esa luz para que él distinguiera entre los árboles una sombra humana.

Alaude caminaba por un largo pasillo de la mansión Vongola. Se detuvo frente a una puerta y tocó.
-          Adelante – dijo una voz desde adentro.
El chico entró y vio a Giotto sentado en su escritorio y escribiendo algo.
-          Le escribo a Kozart, en su última carta me contaba acerca de su nueva vida con su familia – dijo el ojiazul sonriendo, sus ojos brillaban, seguramente por el recuerdo de aquel chico que sería su amigo. Cuando puso el sello de la familia Vongola en la carta, volteó a ver al recién llegado – Y bien, ¿cómo te fue con Andrea?
-          No me interesa, es aburrido y torpe. Lo único bueno de él es que aprende rápido.
-          Me imaginaba eso, Andrea tiene mucho potencial – Giotto apoyó en sus manos su barbilla. – Gracias por hacer esto, Alaude. Disculpa, ¿has visto a Daemon? Íbamos a reunirnos para hablar sobre la fuerza de Chencho pero no ha venido, supongo que tendremos que posponerla.
-          Hablando de eso – Alaude bajó un poco su tono de voz, tenía cuidado de que sus palabras no fueran escuchadas por alguien más – tengo información sobre lo ocurrido recientemente.
-          Tengo una idea de lo que vas a decirme, pero hay que esperar, ha de tener sus motivos para hacerlo – contestó tranquilamente Giotto.
Antes de que Alaude pudiera decir algo, una explosión se escuchó cerca del bosque, donde Andrea estaba.
Cavallone observaba la sombra, la cual se movía hacia él. Mientras más se acercaba más se podían ver los rasgos de aquel hombre. Tenía puesta una gabardina y una capucha que le cubría un extraño bulto en la cabeza, seguramente su cabello. El pelinegro tomó con fuerza el látigo.
-          No te interpongas con lo de Chencho –dijo la sombra.
-          ¡¿Quién eres para decirme eso?!
-          Soy quien le dio el poder a tu estúpido hermano. Por lo que sé, tú tienes la intención de detenerlo y yo no te lo impediré, pero él me debe mucho y no te preocupes que yo le daré el último golpe. Te recomiendo que antes de que pelees contra él, sepas bien el lado en el que estás o podrás tener el mismo destino de todos aquellos que se interponen a mi ideal.
Una vez dicho eso, el hombre soltó una pequeña bomba, la cual estalló a unos metros de donde Andrea estaba. A los pocos minutos, Giotto y Alaude llegaron corriendo. “Sé que conozco esa voz. No dejaré que él haga eso, es mío y sólo mío el deber de detener a Chencho. Ésa persona juega conmigo. No lo dejaré hacer lo que quiera”. Los demás miembros de la familia Vongola salieron de la mansión al escuchar el estallido. Mientras, del otro lado de la mansión, en las afueras, el chico piña se quitaba la gabardina y caminaba hacia el alboroto que él mismo había creado.