lunes, 15 de enero de 2024

[OS] Aullido

¡Hola! Hace muuuucho que no actualizo el blog por diversos motivos, pero espero irlo retomando de a poco.

Quisiera compartirles este One-Shot que escribí hace unos ayeres para un concurso en los Foros Dz. Espero sea de su agrado.

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Aullido

El joven esclavo se dirigía a los aposentos de su amo, Lycaon, quien le había pedido urgentemente una daga recién afilada. Su señor, el rey de esa ciudad,  solía ordenarle tareas un tanto extrañas. Nunca le decía qué hacía, ya que, claro está, un esclavo no merecía explicaciones de parte de su amo. Al joven Thana ya no le sorprendía que Lycaon le pidiera dagas, cuchillos, cazuelas grandes, cal, velas y que, cada que su amo salía de su cuarto especial junto a otras personas, sus túnicas blancas estuvieran manchadas de rojo. Así mismo, cuando le tocaba limpiar aquel cuarto, le era difícil quitar manchas escarlatas secas de una enorme mesa rectangular de piedra. 

Thana llegó donde se encontraba su amo; éste, al verlo, se apresuró para tomar la daga y ordenarle que se fuera inmediatamente. El esclavo alcanzó a ver a otras personas acompañando a su señor. Pensándolo bien, era el día de la semana en que se reunían estas personas en casa de su amo para hacer aquellas cosas incomprensibles para un esclavo como él. Dándose la vuelta, alcanzó a escuchar unos cánticos provenientes del interior de los aposentos de Lycaon, seguido por un grito. Thana se detuvo. Parecía el grito de un chico. Sin embargo, no le dio tanta importancia y se fue, rumbo a la ciudad, para hacer otro mandado.                           

En el mercado, mientras compraba, escuchó a varios ciudadanos comentar sobre la desaparición de varios jóvenes; además, hablaban acerca del misterioso comportamiento de su rey después de, según los rumores, una visita inesperada del dios Zeus a Lycaon, en la cual, el dios le hizo una maldición por sus rituales y extraños hábitos. Al darse cuenta aquellos ciudadanos de la presencia del esclavo real de su rey, se callaron. Thana no tomó importancia a aquello. 

Luego de un rato, regresó a la casa de Lycaon. Ya era tarde, seguro la reunión de su amo ya había acabado. Dejó los alimentos que había comprado y fue en busca de su amo. Tras ir a su cuarto, y no encontrarlo, fue a su lugar secreto de reuniones, ahí donde estaba esa mesa de piedra. La mirada del esclavo se detuvo sobre aquella mesa. De nuevo, como cada semana, estaba llena de manchas rojas. Mirando al suelo, se fijó que había un rastro de manchas que se dirigían a otro aposento de su señor, uno al que tenía la orden de nunca entrar. Tragó saliva y siguió el rastro. Llegó al final de esas migajas escarlatas y, lo que presenció, le sacó el aire: Lycaon estaba encima de un joven rubio. Éste, aún vivo, intentaba mover sus piernas para defenderse, pero era imposible: una ya no estaba unida a su cuerpo, y la otra era devorada golosamente por su atacante.

Thana retrocedió, asustado, no por lo que su amo estaba haciendo, sino por su apariencia bestial; le sorprendía reconocerlo bajo esa forma. Lycaon tenía pelaje grisáceo cubriendo todo su cuerpo, sus manos se habían vuelto más grandes y peludas, sus pies se habían alargado y, al igual que sus manos, poseían garras filosas; añadido a esto, una cola peluda le sobresalía, y su rostro también era diferente con esa mandíbula y colmillos sobresalientes manchados de sangre fresca y con pedazos de carne entre sus largos y colmillos. Un hombre lobo. Eso era ahora su amo. 

El esclavo, aprovechando que la bestia se entretenía con su platillo principal, caminó hacia atrás, intentando no hacer ruido, mas pisó uno de los huesos de los dedos del chico, rompiéndolo. La bestia volteó, alerta ante el sonido, y miró a Thana fieramente. Éste, se paralizó. Estaba seguro que acabaría justo como el chic que yacía sobre el piso. Lycaon se acercó a Thana, olfateándolo y mostrando sus colmillos amenazadoramente. El chico permaneció inmóvil, atento a los movimientos de la bestia, y se dio cuenta que sus grandes ojos observaban su cuerpo de manera extraña. 

El hombre lobo, repentinamente, se abalanzó sobre el esclavo, tirándolo en el frío suelo. Thana, intentando defenderse, alcanzó a agarrar la daga que, horas antes, le había dado a Lycaon y que ahora estaba tirada en el piso, e intentó atacarlo con ella, mas el hombre lobo, previniendo su ataque, lo esquivó de tal forma que Thana se cortó en el brazo. Su brazo sangraba y un pedazo de carne colgaba de su piel blanca. Lycaon, atraído por la carne y el suave aroma de la sangre fresca, arrancó delicadamente ese pedazo colgante y lamió con su larga lengua la cortada del chico, consiguiendo de él un gemido. Al parecer, a Lycaon le agradó el sonido proveniente de los rosados y carnudos labios de su esclavo, por lo que acercó sus garras al pecho semidesnudo de Thana, rasgándole la piel suave. Éste, gritando de dolor, pataleaba a su atacante, sin resultado alguno.                                                                                          

Los gritos del joven, combinado con la cálida sangre y la carne de su pecho hecha tirones, excitaron al rey mediante un aullido, mientras observaba con grandes ojos lujuriosos a su presa. Lycaon acercó más su cuerpo al de Thana; él pudo sentir un abultamiento sobre su entrepierna, algo caliente y palpitante. El joven reunió todas sus fuerzas para escapar como fuera de ahí. No importaba si él era un esclavo y tenía que soportar los caprichos de su amo, pero su amo ya no era humano. Podía buscar su libertad ahora. Thana logró zafarse de las garras de Lycaon, mas su alivio duró un instante, pues volvió a atraparlo, ahora con un abrazo desgarrador. Y no sólo eso, Thana miró aterrorizado el miembro erecto de su amo, colgando lujuriosamente entre sus entrepiernas, en busca de poner fin a su postre del día. Lycaon clavó sus garras en las muñecas de Thana, gritando éste nuevamente y aumentando así el placer bizarro de su amo. 

En ese momento, el esclavo sintió cómo el miembro se clavaba en lo hondo de su ser, haciéndolo gemir tanto de de dolor como de una extraña excitación. El hombre lobo aulló extasiado, atravesando con sus filosas garras el pecho de Thana. Chorros de sangre carmesí salieron de su espalda y boca, así como el vaho de su último aliento. Lycaon, satisfecho de su sed sangrienta y de su lujuria, regresaba a su forma original. Ahora, desnudo y con expresión sádica, tomó la daga y cargó el cuerpo inerte de Thana, dejándolo caer sobre la mesa de piedra. La daga tenía la sangre de su esclavo. La lamió con gula, mientras observaba su postre. Agarró con fuerza la daga y la clavó en medio de la entrepierna del chico. La parte más deliciosa del postre estaba por comenzar.


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