Capítulo 4
Una vez que regresaron a la mansión
Vongola, el Departamento Médico llevó a Andrea a un cuarto donde le atendieron
su corte en la garganta y detuvieron su hemorragia. Giotto esperaba en el
pasillo a que uno de los doctores le informara sobre el estado de su amigo. No
esperó mucho a que el doctor saliera del cuarto.
-
¿Cómo está? – preguntó Vongola preocupado.
-
Nos costó detener la hemorragia…
-
Pero, ¿está bien?
-
Sí, aún está delicado. Lo observaremos los
próximos 2 días para evitar complicaciones.
-
¿Puedo verlo?
-
Está bien- dijo el doctor tras pensarlo un poco
– Pero que sea rápido, debe descansar.
Giotto asintió y, tras agradecerle al doctor, entró
a la habitación. Ésta, como era de esperarse, era gigantesca, con las paredes
pintadas de blanco y con muchos instrumentos médicos. A lado de la cama, la
cual estaba al fondo de la habitación, se encontraba un monitor médico que
mostraba los signos vitales de Andrea. Giotto se paró a lado del pelinegro,
tomando la mano del chico que parecía estar soñando. Seguro el sueño era mejor
que su realidad. Andrea, al sentir la calidez en la mano de Vongola, despertó
de su sueño.
-
Giotto – dijo Andrea antes de que el otro chico
hablara – Quiero… hacerme más fuerte…
-
Andrea…
-
Por favor, ayúdame. Quiero hacerme más fuerte –
Andrea se incorporó de la cama y miró fijamente al rubio – Debo proteger a mi
familia, ¿qué clase de hombre sería si no puedo proteger lo que es más
importante para mí? Ni sería un hombre, sería, simplemente, una total escoria.
Los ojos de
Andrea mostraban una gran determinación. Sus ojos azules brillaban con mucha
intensidad, estaba decidido a hacer cualquier cosa por cumplir su objetivo.
Giotto suspiró.
-
De acuerdo, la familia Vongola te ayudará a
recuperar los días pacíficos de tu familia. Pero por ahora – empujó suavemente
a Andrea para que se volviera a recostar – debes descansar.
Tras decir eso, el rubio le sonrió
y salió de la habitación. Andrea hizo lo que menos quería hacer: pedir ayuda a
Giotto e involucrar más a su familia, pero sabía que sin la ayuda de Vongola no
podría hacer mucho. “Definitivamente te derrotaré, Chencho”, pensó; sus ojos
volvieron a tomar un brillo intenso.
Dos días después, el doctor le dio
de alta. G pasó a recoger a Cavallone a su habitación.
-
Primo encargó que viniera por ti. Sígueme - el pelirrojo le seguía hablando con un dejo
de desprecio.
Andrea le siguió en silencio.
Bajaron 2 pisos y llegaron a la entrada. G tomó el pomo de la puerta y se
detuvo.
-
Primo decidió ayudarte así que estoy obligado a
hacerlo también. Si algo le pasa a Primo por tu capricho con tu hermano, te
mataré – dijo amenazadoramente sin voltear a verlo y, tras decir eso, abrió la
puerta – Primo te espera afuera.
Andrea se sorprendió al escuchar
las palabras del tatuado. “Descuida, Giotto ha hecho mucho por mí, no dejaré
que algo malo le pase”, pensó. Salió de la mansión y vio, unos pasos más allá
cerca del bosque, a Giotto. Se acercó a él y pudo ver que el rubio tenía algo
en las manos, una cosa larga.
-
Buenos días – saludó sonriente Vongola - ¿Cómo
te sientes?
-
Excelente, muy motivado. Y… ¿qué es eso? –
preguntó curioso Cavallone viendo el objeto del rubio.
-
¿Esto? – Giotto miró lo que cargaba – Es un
regalo para ti – tomó la mano derecha del pelinegro y, con la otra, puso el
objeto sobre su palma.
-
¡Oh! Gracias… - dijo Andrea sorprendido.
-
¿Es lo único que puedes decir después de que
Primo salvara tu inútil vida? – exclamó G con desprecio.
-
¡¿Qué dijiste, idiota?! – gritó el pelinegro.
-
¡Me oíste muy bien, inútil!
Giotto colocó su mano en el hombro
de G para que se tranquilizara.
-
¿Sabes usarla? – le preguntó a Andrea.
Cavallone observó lo que tenía en
su mano derecha. Era un látigo.
-
Yo nunca he usado un arma. Más bien, se podría
decir que no sé manejar bien las armas, sólo por improvisación – contestó francamente.
G soltó una risa burlona.
-
Como antes no teníamos problemas con otras
familias no vi necesario el aprender a usarlas – explicó el pelinegro.
-
Es entendible. No te preocupes, Andrea, estoy
seguro que dominarás el látigo en pocos días – dijo alegre Giotto – Además, te
conseguí un excelente tutor.
-
¿Tutor? – Andrea volteó a ver a G, éste le
dirigió una mirada asesina. “¡Este tipo no! ¡Seguro me azotará muy duro con el
látigo, y no soy un M como para disfrutar éso!”
G negó con la cabeza a lo que
imaginó que Cavallone pensaba. Era muy obvio darse cuenta de eso, se reflejaba
en la cara del pelinegro. Por un momento sintió alivio.
-
Yo seré tu tutor – una voz fría se escuchó muy
cerca.
Andrea volteó hacia donde se
escuchó la voz y vio al hombre que había hablado. Giotto se acercó al hombre,
saludándolo.
-
Andrea – dijo el rubio – Alaude te enseñará a
manejar el látigo.
Cavallone miró a su nuevo tutor.
“Este no parece tan malo”.
-
Te lo encargo, Alaude – dijo Vongola caminando
hacia la mansión, seguido de G.
-
Está bien, Primo – contestó, y dirigiéndose a
Andrea con un tono de indiferencia - Agarra
esa rama –señaló una que se hallaba en el árbol más cercano a él – o al menos
trata de acertar un golpe al tronco del árbol.
“¡Tsk, sólo me faltaba que el tipo
éste fuera un creído, ya verá por subestimarme!”, Cavallone pensó con una
expresión fiera. Tomó el látigo con fuerza y lo dirigió a la rama,
sorpresivamente el látigo la rodeó. Andrea ya se sentía orgulloso de sí mismo
por haberlo logrado al primer intento, pero al intentar regresar el látigo no
midió bien la fuerza y la distancia y el objeto estuvo a punto de pegarle a
Alaude, quien con su mano lo detuvo a unos cuantos centímetros de su cara.
“¡Rayos!”, maldijo para sus adentros un tanto avergonzado por su propia
torpeza. Alaude le regresó el látigo y le hizo una seña para que lo volviera a
intentar. Su expresión decía claramente que si, aún por error, intentaba
golpearlo él le daría una paliza. Andrea continúo lanzando, golpeando y
agarrando con su látigo hasta que el sol se ocultó entre las montañas.
-
Terminamos por hoy – le dijo Alaude bostezando.
Cavallone asintió. Su tutor caminó
hacia la mansión y el pelinegro se quedó ahí parado, sintiendo el frío que
comenzaba a aflorar en la víspera de la noche. Un ruido proveniente del bosque
lo alertó. Volteó y observó hacia el bosque iluminado con una tenue luz de
luna. Bastó con esa luz para que él distinguiera entre los árboles una sombra
humana.
Alaude caminaba por un largo
pasillo de la mansión Vongola. Se detuvo frente a una puerta y tocó.
-
Adelante – dijo una voz desde adentro.
El chico entró y vio a Giotto
sentado en su escritorio y escribiendo algo.
-
Le escribo a Kozart, en su última carta me
contaba acerca de su nueva vida con su familia – dijo el ojiazul sonriendo, sus
ojos brillaban, seguramente por el recuerdo de aquel chico que sería su amigo.
Cuando puso el sello de la familia Vongola en la carta, volteó a ver al recién
llegado – Y bien, ¿cómo te fue con Andrea?
-
No me interesa, es aburrido y torpe. Lo único
bueno de él es que aprende rápido.
-
Me imaginaba eso, Andrea tiene mucho potencial –
Giotto apoyó en sus manos su barbilla. – Gracias por hacer esto, Alaude.
Disculpa, ¿has visto a Daemon? Íbamos a reunirnos para hablar sobre la fuerza
de Chencho pero no ha venido, supongo que tendremos que posponerla.
-
Hablando de eso – Alaude bajó un poco su tono de
voz, tenía cuidado de que sus palabras no fueran escuchadas por alguien más –
tengo información sobre lo ocurrido recientemente.
-
Tengo una idea de lo que vas a decirme, pero hay
que esperar, ha de tener sus motivos para hacerlo – contestó tranquilamente
Giotto.
Antes de que Alaude pudiera decir
algo, una explosión se escuchó cerca del bosque, donde Andrea estaba.
Cavallone observaba la sombra, la
cual se movía hacia él. Mientras más se acercaba más se podían ver los rasgos
de aquel hombre. Tenía puesta una gabardina y una capucha que le cubría un
extraño bulto en la cabeza, seguramente su cabello. El pelinegro tomó con
fuerza el látigo.
-
No te interpongas con lo de Chencho –dijo la sombra.
-
¡¿Quién eres para decirme eso?!
-
Soy quien le dio el poder a tu estúpido hermano.
Por lo que sé, tú tienes la intención de detenerlo y yo no te lo impediré, pero
él me debe mucho y no te preocupes que yo le daré el último golpe. Te
recomiendo que antes de que pelees contra él, sepas bien el lado en el que
estás o podrás tener el mismo destino de todos aquellos que se interponen a mi
ideal.
Una vez dicho eso, el hombre soltó
una pequeña bomba, la cual estalló a unos metros de donde Andrea estaba. A los
pocos minutos, Giotto y Alaude llegaron corriendo. “Sé que conozco esa voz. No
dejaré que él haga eso, es mío y sólo mío el deber de detener a Chencho. Ésa
persona juega conmigo. No lo dejaré hacer lo que quiera”. Los demás miembros de
la familia Vongola salieron de la mansión al escuchar el estallido. Mientras,
del otro lado de la mansión, en las afueras, el chico piña se quitaba la
gabardina y caminaba hacia el alboroto que él mismo había creado.
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